sábado, 2 de junio de 2007

Relato: "Besos susurrados"






Un camino de besos pausados recorrían la espina dorsal de Helen, mientras la luz de un amanecer dorado invadía la habitación mezclándose con la de las velas en el suelo.Había perdido la noción del tiempo, de los días que llevaba allí con aquel hombre llamado Martín.

La trataba con cariño, con dulzura, siempre le hablaba en susurros, sin levantar la voz y mirándola a los ojos, lo que a Helen le gustaba, le transmitía paz, y ella no se atrevía a hablar ni a contradecirle.Lo primero que hizo él, tras llevarla a aquella habitación, fue quitarle el maquillaje. Le lavó la cara con mucho cuidado y sin premura, luego borró de su rostro el colorete color canela y el llamativo carmín.

Ahora su cara estaba limpia y apenas le quedaban marcas de los golpes. Le pidió que se quitara la ropa que llevaba y se pusiera la que él le habia comprado. Ella le obedeció temblorosa, ocultándose tras una mampara algo improvisada. Aquel hombre de aspecto tranquilo le inspiraba confianza pero sentía miedo, por todos los golpes que había recibido. Se quitó el corpiño color hueso, la falda burdeos tan llamativa que llevaba, sus botas negras de piel y las medias de red. Helen era una cortesana ahora con un vestido blanco de gasa con el que Martín le había agasajado. Con él se sintió limpia, como una Virgen y no pudo contener el llanto.Martín le pidió que no llorase. Él no quería hacerle daño.

Al contrario , la había llevado a aquella habitación para que ningún hombre pudiese tocarla y protegerla de todo mal, como si fuese un padre protector con sus hijos. Le prometió que él no la tocaría hasta que ella no se lo pidiese. Sabía que las otras veces había pagado por su compañía, pero eso terminó el día en que fue consciente de que se había enamorado de ella.Por eso la había sacado de aquel antro de mala muerte. La había llevado contra su voluntad pero por su bien. No iba a tolerar que ese chulo, ese hombre que la extorsionaba, siguiese maltratándola.Ya habían transcurrido cinco días desde su llegada a la casa de Martín y Helen se encontraba mejor, pero todavia sin fuerzas para salir de aquella habitación. Martin se encargaba de las compras y de todo lo necesario. Salía a comprar con urgencia y no tardaba mucho en su regreso.

Eran las 12:30 de la noche y Martín dormía como de costumbre en el sofá, desde que tenía una huésped tan especial para él. Helen se acercó, contemplando de pie toda la paz que le transmitía ese hombre que yacía tumbado en posición fetal. Miró la habitación, que permanecia a oscuras. Tan solo entraba el reflejo de la luna a través de la ventana, lo que le permitió distinguir las llaves encima de la mesa. Volvió a mirar a Martín y pensó que era su oportunidad para escapar de allí, de él, de aquella casa.

Cogió las llaves y se dirigió hacia la puerta. Abrió con mucho sigilo por miedo a despertarle y cuando puso el pie en le umbral se detuvo. Estuvo así durante un tiempo. Inmovil, pensativa, y de pronto volvió sobre sus pasos. Cerró la puerta de nuevo y dejó las llaves tal y como las había encontrado. Nada más salió del apartamento fue consciente de que era libre, de que podía marcharse para siempre y no lo hizo.

Comprendió que no hallaría más libertad que la que le brindaba este hombre tierno que la amaba y que la trataba con tanta dulzura. A Helen le entraron muchas ganas de abrazarle y no se lo pensó dos veces . Se fué corriendo hacia el sofá donde reposaba él. Con mucho cuidado diirigió su mano hacia los botones de la camisa del pijama de Martín, los fue desabrochando uno a uno y con sus labios fue besando el torso desnudo de su amado y protector. Martín se fue despertando, primero abrió un ojo y después el otro.

Helen cogió su mano mientras le susurraba entre besos: "Vámonos a la cama, quiero hacer el amor contigo". En el rostro de Martín se dibujó una sonrisa mientras ella le decía: quiero pasar el resto de mi vida durmiendo y despertando a tu lado. Que tu cuerpo sea el único que me acompañe, el único que me ampare. ¿Crees que serás capaz de hacerlo?" Una mirada de él le bastó para saber que lo haría siempre.

F I N

T H E -E N D

Relato escrito por: Carlos Díaz y Susana (Macaria quiere ser una maruja)

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